En el corazón del Centro Acuático, una historia de esfuerzo y pasión se abre paso a cada golpe de brazada
Jorge Alexis Terrazas Bucio tiene 24 años y es estudiante de Ingeniería Civil, en el Instituto de Ingeniería y Tecnología.
Desde niño le fascinaban las construcciones y soñaba con ser ingeniero; sin embargo, el destino le tenía preparado un giro inesperado: a los 14 años fue diagnosticado con leucemia linfoblástica aguda, y un año después perdió la movilidad en sus piernas.
La enfermedad lo enfrentó a una nueva realidad de la noche a la mañana; pasó de correr todo el día en la cancha de futbol, a estar en una silla de ruedas. “Fue muy repentino, un impacto muy grande, no solo para mí, sino para toda mi familia”, recuerda.
Pero en lugar de rendirse, Jorge buscó la manera de seguir adelante, y encontró en la natación un refugio, un espacio donde no existen barreras. “En el agua somos solo ella y yo”, dice con una sonrisa.
Su acercamiento a la natación no fue casualidad, pues quería sentir la adrenalina del deporte nuevamente, ese cansancio que le recordaba quién era antes de la enfermedad. “Siempre fui muy activo y la silla me limitaba en muchas cosas”, dice. Pero en el agua no hay barreras. Ahí se siente libre.
Su primer día en la alberca fue un desafío. No sabía nadar, así que entró con su papá al agua y ambos usaron flotadores para no hundirse. “Batallamos mucho, pero al final del día aprendimos juntos”, cuenta Jorge con orgullo.
Poco después, durante su paso por la alberca del Parque Central, empezó a participar en competencias, ganando tres medallas en su primera contienda en Chihuahua. Pero más allá de los premios, lo que realmente ha ganado es una nueva forma de ver la vida.
Recientemente retomó este deporte, la natación, pero ahora en el Centro Acuático Universitario de la UACJ, donde no solo ha desarrollado fuerza física, sino también mental y emocional. Mientras nada, sus pensamientos fluyen. “A veces canto debajo del agua, a veces pienso en mis tareas, en mis preocupaciones… y cuando salgo, me siento despejado”, comenta.
Nadar, dice, ha cambiado su carácter. “Siempre he sido de carácter fuerte, lo heredé de mi papá, pero la natación me ha ayudado a relajarme. Salgo de la alberca más tranquilo, con la mente más clara”.
En la cancha de futbol había ruido, gritos, miradas. En la alberca hay silencio. Solo él y el agua.
Aceptar su nueva realidad no ha sido fácil.
“Todavía me cuesta trabajo aceptarme al 100 por ciento, pero cada día es un avance. Estamos mejor que ayer”.
A pesar de las dificultades, Jorge ha conquistado su independencia poco a poco, desde aprender a manejar, hasta meterse a la alberca con un solo movimiento, cada paso ha sido un reto superado. “Por ser el más chico de mis hermanos, mi mamá estaba más al pendiente de mí. Pero tenía que demostrarme a mí mismo que podía hacer las cosas yo solo”.
El primer gran paso hacia su independencia fue cuando decidió aprender a manejar; lo hizo por una chica que conoció. “Antes ni me pasaba por la cabeza manejar, pero un día le dije a mi papá: ‘déjame intentarlo’”. Y lo logró. Desde entonces, se mueve por la ciudad en su auto, enfrentando los obstáculos del camino con la misma determinación con la que nada.
La Universidad no solo le ha dado conocimientos, sino también seguridad. Antes de entrar tenía miedo de que alguien se burlara de él, pero eso nunca ha sucedido. “Era un temor mío. Al final, la UACJ me ayudó a salir de mi depresión, a socializar, a sentirme parte de algo más grande”, expresa.
Hoy, Jorge ve la vida como un regalo. “Ya derramé muchas lágrimas, ya estuve triste mucho tiempo. Ahora cada día es una oportunidad de vivir y le doy gracias a Dios por eso”.
Cuando se le pregunta qué le diría a alguien que enfrenta un obstáculo en su vida, responde sin dudar: “nada es imposible. Uno puede estar abajo y al día siguiente estar en la cima. No se rindan, sigan peleando, ya sea contra ustedes mismos o contra la prueba que se les ponga enfrente”.
A veces, la vida nos arrebata el suelo bajo los pies de la forma más inesperada. Jorge Alexis lo vivió en carne propia, cuando, de ser un joven apasionado por el futbol, su camino cambió drásticamente, a los 15 años. Pero en cada giro inesperado de su historia, hubo algo que nunca se movió de su lugar: su familia.
“A mis papás, Anabel y Abundio; a mis hermanos, Karla y Carlos; a ellos les debo todo”, dice sin titubear, con una certeza que solo nace de los lazos más profundos. Es que, aunque sus piernas perdieron movilidad, su espíritu jamás se detuvo, porque mientras existan abrazos que sostengan y voces que alienten, siempre habrá una razón para seguir adelante.
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